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    La poeta Louise Glück, Nobel de Literatura 2020

    La poeta estadounidense Louise Glück ha sido galardonada con el premio Nobel de Literatura 2020, según ha anunciado la Academia Sueca.

    Louise Glück, nacida en Nueva York en 1943, también es profesora de inglés en la Universidad de Yale, en Connecticut.

    Glück ha sido reconocida «por su inconfundible voz poética que con austera belleza hace universal la existencia individual». Según destacó la Academia, Glück busca lo universal, y en ello se inspira en los mitos y motivos clásicos, presentes en la mayoría de sus obras.

    La escritora, que hizo su debut literario en 1968 con Firstborn, ya había sido distinguida con el premio Pulitzer en 1993, por su colección The Wild Iris.

    «Louise Glück no sólo está comprometida con los errores y las condiciones cambiantes de la vida, sino que también es una poetisa del cambio radical y el renacimiento, donde el salto hacia adelante se hace desde un profundo sentido de pérdida», destacó Anders Olsson, titular del Comité del Nobel.

    Entre sus obras, la Academia destacó Averno de 2006 como «una colección magistral, una interpretación visionaria del mito del descenso de Perséfone a los infiernos en el cautiverio del Hades, el dios de la muerte».

    “We look at the world once, in childhood. The rest is memory.”
    ― Louise Gluck

    La edad media de los ganadores del Nobel de literatura se sitúa en 65 años, siendo Rudyard Kipling el más joven (41 años) y Doris Lessing la mayor (88 años). Entre los recientes ganadores del Nobel de Literatura se encuentran, además de los dos anteriores citados, Kazuo Ishiguro (2017, Reino Unido), Bob Dylan (2016, Estados Unidos), Svetlana Aleksiévich (2015, Bielorrusia), Patrick Modiano (2014, Francia), Alice Munro (2013, Canadá), Mo Yan (2012, China), Tomas Tranströmer (2011, Suecia) o Mario Vargas Llosa (2010, Perú).

    En el palmarés histórico del premio Nobel de literatura respecto al idioma, 28 autores anglófonos han sido galardonados, seguidos del alemán y francés, con 15 cada uno, y el español, con 11 premiados. En el listado por países, Francia encabeza el conteo, con 15 ganadores, entre ellos Camus y Sartre, el único escritor que lo rechazó en 1964. Lo siguen Estados Unidos con 13, Alemania con 10, Reino Unido con 9 y Suecia con 7.

    Compartimos cinco poemas de Glück traducidos al castellano.

    DE UN DIARIO

    Tuve un amante una vez,
    dos veces tuve un amante,
    fácilmente tres veces amé.
    Y entre medio
    mi corazón se reconstruyó perfectamente
    como una lombriz.
    Y también mis sueños se reconstruyeron.

    Al cabo de un tiempo, advertí que mi vida
    era completamente idiota.
    Idiota, malgastada…
    Y un poco más tarde, tú y yo
    empezamos a escribirnos, inventando
    una forma completamente nueva.

    ¡Profunda intimidad a larga distancia!
    Keats a Fanny Brawne, Dante a Beatriz…

    No se puede inventar
    una nueva forma para
    un viejo personaje. Las cartas que envié siguieron siendo
    inmaculadamente irónicas, distantes
    aunque directas. Mientras tanto, escribía
    cartas diferentes en mi cabeza,
    algunas de las cuales se convirtieron en poemas.

    ¡Tanto sentimiento auténtico!
    ¡Tantas intensas declaraciones
    de añoranza apasionada!

    Amé una vez, amé dos veces
    y de repente
    la forma se derrumbó: fui
    incapaz de sostener la ignorancia.

    Qué triste haberte perdido, haber perdido
    toda oportunidad de conocerte de verdad
    o de recordarte en el tiempo
    como una persona real, como alguien a quien
    hubiera podido llegar a unirme estrechamente, tal vez
    el hermano que nunca tuve.

    Y qué triste pensar
    en morir antes de descubrir
    nada. Y advertir
    qué ignorantes somos casi todo el tiempo,
    viendo las cosas
    solamente desde la propia ventaja, como un francotirador.

    Y hubo tantas cosas
    que nunca llegué a decirte sobre mí,
    cosas que te podrían haber hecho cambiar de opinión.
    Y la foto que nunca te envié, tomada
    la noche en que me veía casi espléndida.

    Quería que te enamoraras. Pero la flecha
    seguía chocando contra el espejo y volviendo a mí.
    Y las cartas siguieron dividiéndose
    y ninguna de sus mitades era totalmente verdadera.

    Y tristemente, nunca te imaginaste
    nada de esto, aunque siempre respondías
    con tanta prontitud, siempre la misma carta elusiva.

    Amé una vez, amé dos veces,
    y aunque en nuestro caso
    las cosas nunca pasaron a mayores
    fue bueno haberlo intentado.
    Y, por supuesto, aún tengo las cartas.
    Alguna vez me tomaré unos años
    para releerlas en el jardín,
    con un vaso de té helado.

    Y a veces me siento parte de algo
    muy grande, profundísimo y ubicuo.

    Amé una vez, amé dos veces,
    fácilmente tres veces amé.

    EL BALCÓN

    Era una noche como ésta, al final del verano.

    Habíamos alquilado, lo recuerdo, un cuarto con balcón.
    ¿Cuántos días y noches? Cinco, tal vez… no más.

    Hasta cuando no nos tocábamos estábamos haciendo el amor.
    Salíamos a nuestro pequeño balcón en la noche de verano.
    Y lejos, en algún lugar, los sonidos de la vida humana.

    Éramos monarcas que pronto serían coronados,
    con la mejor disposición hacia nuestros súbditos. Debajo,
    el sonido de una radio, un aria que entonces no conocíamos.

    Alguien muriendo de amor. Alguien a quien el tiempo le había quitado
    la única felicidad, que había quedado sola,
    empobrecida, sin belleza.

    Las arrobadoras notas de un dolor insoportable, de aislamiento y terror,
    las lentas frases de la melodía ascendente, figuras casi imposibles de sostener,
    flotaban sobre el agua negra
    como un éxtasis.

    Un error tan pequeño. Y muchos años más tarde,
    lo único que quedó de esa noche, de las horas en esa habitación.

    EROS

    Había acercado la silla a la ventana del hotel, para mirar la lluvia.

    Estaba en una suerte de sueño o trance…
    enamorada, y sin embargo
    nada quería.

    Tocarte parecía innecesario, volver a verte.
    Sólo quería esto:
    la habitación, la silla, el sonido de la lluvia al caer,
    hora tras hora, en la tibieza de la noche de primavera.

    No necesitaba nada más; estaba completamente saciada.
    Mi corazón se había vuelto pequeño, se colmaba con muy poco.
    Miré la lluvia que caía en una densa cortina sobre la ciudad oscurecida…

    Nada de esto te concernía: podía dejarte vivir
    tal como necesitaras vivir.

    Al amanecer cesó la lluvia. Hice las cosas
    que se hacen de día, me puse en movimiento,
    pero como una sonámbula.

    Había bastado y ya no era cosa tuya.
    Unos pocos días en una ciudad desconocida.

    Una conversación, el roce de una mano.
    Y después, me quité mi alianza de matrimonio.

    Eso era lo que quería: estar desnuda.

    louise glück
    La poeta estadounidense Louise Glück

    EL ARDID

    Se sentaban muy separados
    deliberadamente, para experimentar, a diario,
    el placer de verse mutuamente
    a gran distancia. Entendían

    instintivamente que la pasión erótica
    crece con la distancia, ya sea
    real (uno es casado, uno
    ya no ama al otro) o
    espuria, engañosa, un ardid

    que remeda la subordinación
    de la pasión a las convenciones sociales,
    pero un ardid, que no demostraba
    el poder de las convenciones sino más bien

    el poder de eros para aniquilar
    la realidad objetiva. El mundo, el tiempo, la distancia
    agostándose como un campo seco ante
    el fuego de la mirada…

    Nunca antes. Nunca con nadie más.
    Y después los ojos, las manos.
    Experimentados como una gloria, como consagración…

    Dulce. Y después de tantos años,
    absolutamente imposible de imaginar.

    Nunca antes. Nunca con nadie más.
    Y después todo el asunto
    repetido exactamente con otra persona.
    Hasta que finalmente resultó obvio
    que la única constante
    era la distancia, sierva de la necesidad.
    Que era usada para alimentar
    el fuego, cualquiera haya sido, que ardía en cada uno de nosotros.

    Los ojos, las manos… eran menos importantes
    que lo que creíamos. Finalmente,
    bastaba la distancia, por sí misma.

    NOCHE DE VERANO

    Metódicamente, por el hábito de muchos años, mi corazón sigue latiendo.
    De noche, cuando me despierto, lo escucho por encima del leve zumbido del aire acondicionado.
    Como solía escucharlo por encima del corazón del amado, o
    de sus diversos corazones, ya que fueron varios.
    Y mientras late, sigue estimulando una emoción ridícula.

    ¡Tantas cartas apasionadas que nunca se enviaron!
    Tantos viajes urgentes concebidos en noches de verano,
    visitas sorpresivas a hombres que eran casi perfectos desconocidos.
    Los billetes que nunca se compraron, las cartas nunca despachadas.
    Y el orgullo a salvo. Y la vida, en cierto sentido, jamás vivida por completo.
    Y el arte siempre en riesgo de volverse repetitivo.

    ¿Por qué no? ¿Por qué no? ¿Por qué mis poemas no deberían imitar mi vida?
    Cuya enseñanza no es la apoteosis sino la serie, cuyo significado
    no radica en el gesto sino en la inercia, la ensoñación.

    El deseo, la soledad, el viento sobre el almendro en flor…
    con seguridad esos son los grandes temas, inagotables,
    a los que mis predecesores sirvieron como aprendices.
    Los escucho como un eco en mi propio corazón, disfrazados de convencionalismo.

    Bálsamo de la noche de verano, bálsamo de lo normal,
    majestuosa dicha y pena de la existencia humana,
    lo soñado y también lo vivido…
    ¿qué podría ser más caro que esto, dada la cercanía de la muerte?

    Glück, Louise. Las siete edades (Trad. Mirta Rosenberg). Valencia; Ed. Pre-textos, 2011.

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